miércoles, 2 de marzo de 2011

LECTURA QUINCE-NO SOMOS FINLANDESES

MINORÍA PERPETUA
Juan Domingo Argüelles

No creo en la competencia mediática respecto del libro. Lo que es más, pienso que los medios electrónicos y las tecnologías informativas no son para nada “distractores” del libro tradicional. Vuelvo a lo mismo: los lectores de libros siempre hemos sido minoría y no dejaremos de serlo. Entendemos que los políticos hablen de políticas de lectura para hacer países de lectores, ¿pero cuál es el modelo? Si consideramos país de lectores a Francia o a Finlandia, deberíamos entender también que no leeremos jamás como los franceses o como los finlandeses en tanto sigamos siendo mexicanos y viviendo en México con las problemáticas socioeconómicas propias de México.
            ¿Por qué pensar que los problemas de la lectura son ajenos a los problemas estructurales de una sociedad en la que el libro no es prioritario porque las necesidades urgentes nos producen por supuesto mucho más angustias que el hecho de no leer libros? Vivimos permanentemente en medio de mentiras y nos hemos acostumbrado a ellas. Cuando comprendamos que las ilusiones no equivalen a la realidad seremos entonces más sensatos.
            Los proselitistas del libro o los “textoservidores” que no somos otra cosa que personas que deseamos compartir con otros nuestros placeres. En realidad, somos como los libertinos: compartimos con los demás los objetos de nuestro deseo: los libros. Queremos que se sumen a la orgía. La lectura es mucho más un vicio que una virtud. Es una ocupación de desocupados y una profesión de ociosos. Si te quieres hacer millonario y deseas alcanzar el éxito profesional, deja inmediatamente de leer y ponte a hacer algo más práctico. Hasta los políticos, que leen tan poquito o que no leen nada, dicen que leer nos hace importantes. Es un cliché, desde luego, y, como todo cliché, no pidas constatación de ello a quien lo dice.
            La única manera de generar lectores es diseminando el virus lector entre aquellos organismos que, por sus particulares condiciones, están expuestos a la infección. Con otros más, aunque pongas todo tu entusiasmo y todo tu afán, fracasarás. ¿Qué es lo importante para mí en este sentido? No obligar a la gente a leer para aumentar las estadísticas y para subir el índice de lectura, sino lograr que el derecho de acceso al libro deje de ser sólo un derecho ideal para ser un verdadero acceso. Y que después de esto, cuando la gente ya haya tenido la experiencia de leer, que decida si quiere seguir leyendo o si sus intereses están en otros ámbitos.

LO DEMÁS ES UTOPÍA

La coacción nunca ha servido para convencer a nadie.
No recuerdo que nadie me haya obligado a fumar mi primer cigarro, y durante varios años de mi juventud fui fumador. Así sucede con los libros: nuestra tarea (me refiero a la labor de los que participamos en el ámbito editorial) es acercar, sin discursos y sin mítines, los libros a los potenciales lectores y, de la manera más cordial y sensata, saber que ésta no es una cruzada para matar infieles, es tan sólo un placer, un gran gozo; quizá, como dijera Flaubert, una orgía perpetua, a condición de que no olvidemos que sólo participan en la orgía los que lo hacen con plena libertad. Y todo lo demás es utopía. (Publicado en El Financiero, febrero de 2011).

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