miércoles, 2 de marzo de 2011

LECTURA VEINTIOCHO-FILTRADORES Y PERIODISTAS

¿Un filtrador puede convertirse en periodista?
¿NO QUE LA IMPORTANCIA DE LA PRENSA DE PAPEL ERA MÍNIMA?
Víctor Roura
(El Financiero, 26 de enero de 2011.)

Antes de ponernos a hablar de libertad de expresión o de supresión —o depresión— de ideas habría que definir si la filtración de documentos, como muchos otros apéndices, forma parte, aunque mínimamente, del ejercicio periodístico o es sólo una ruta para poder acceder, luego, al territorio de la prensa.

¿DOS COSAS DISTINTAS?
Porque lo que debiera quedar claro es que una cosa es el filtrador y muy otra el periodista. Cuando ocurrió, en 1974, el asunto del espionaje en el edificio Watergate de los demócratas, a petición expresa del presidente republicano Richard Nixon, los periodistas Robert Woodward y Carl Bernstein, del Washington Post, advertidos por una “garganta profunda” (entonces no se les denominaba “filtradores”) comenzaron a indagar y hacer sus pesquisas sobre aquel engaño político, que obligara a Nixon a renunciar a su administración en la Casa Blanca. El que les deslizara la información se mantuvo en el anonimato, dado que era ajeno al oficio periodístico.
 Más atrás todavía: el telegrama que Arthur Zimmermann, el ministro de asuntos exteriores del imperio alemán, envía a Venustiano Carranza a comienzos de 1911 para invitarlo a anexarse, incluyendo a Japón como tercera fuerza aliada, contra Estados Unidos, es descifrado por Inglaterra, cuyo alto mando remite de inmediato al presidente norteamericano Woodrow Wilson, quien, airado, ¡ordena su filtración en todos los diarios de su país para que la ciudadanía anglosajona se enterase de los subrepticios acuerdos entre las impías naciones del mundo! Carranza, por su parte —según acota Francisco Martín Moreno en su décimo tomo de sus 100 mitos de la historia de México (Aguilar)— se mantuvo distante de aquella petición justificando no haber recibido nunca tal propuesta.
Cuando Ricardo Rocha, periodista él, transmitió en 1995 los videos sobre la matanza en Aguas Blancas —con autorización o no de sus patrones, ésa es otra cuestión—, la filtración logró que el periodista complementara su información, quedando los filtradores en la oscuridad, y con ello fueron desenmascaradas, una vez más, las mentiras del gobierno, de que no ser por ese esclarecedor video la situación jamás se hubiera transparentado, ridiculizando al entonces presidente Ernesto Zedillo.
            Sin embargo, algo completamente distinto son las filtraciones tendenciosas (o de claro matiz político) a determinados conductores, que no periodistas (como Brozo, por ejemplo), de los videos donde tomaban in fraganti a específicos políticos, como el lamentable René Bejarano, en una guerra sorda de bellaquerías políticas en la cual los partidos se aplastaban de acuerdo con sus posibilidades manipulatorias en los emporios mediáticos: ahí está ese otro video donde agarraban al Niño Verde en una corrupta conversación sin que hasta el momento lo haya afectado en sus intereses financieros, lo que demuestra que aquellos videos tenían un fin práctico y demoledor exclusivamente contra la parcela izquierdosa.
            Pero los filtradores evidentemente no eran periodistas.

SILENCIAR LAS PESQUISAS
Cuando, en los inicios del foxato, algunas personas me filtraron papeles para demostrarme que Sari Bermúdez no había escrito el libro Marta Sahagún: la fuerza del espíritu, lo único que hicieron fue que yo me avispara para poder conseguir las pistas faltantes del rompecabeza, el cual terminé armándolo en un lapso aproximado de un mes, denunciando el hecho (¡la presidenta del Conaculta había sólo cobrado para poder estampar su firma en la portada del volumen apologético!) en tres largos textos durante tres días seguidos en estas páginas. ¿Ocurrió algo? Ninguna otra sección cultural reaccionó a lo obvio: ¿era posible, yo me preguntaba, que una prestanombres fungiera como la máxima autoridad de la cultura mexicana? Callaron todas las otras secciones, toda vez que sus páginas se vieron multiplicadas en publicidad, sí, del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Mis filtradores quedaron, por supuesto, en el anonimato.
            Pero los filtradores son una raza y los periodistas pertenecen a otra, aunque hay periodistas que son filtradores (y que incluso trabajaron una temporada como informantes para la Secretaría de Gobernación, como en su momento lo hizo, por ejemplo, Jacobo Zabludovsky) y filtradores que, por serlo, se creen con el derecho de ser automáticamente periodistas, como si una cosa necesariamente condujera a la otra. Vamos, es como si un carpintero, por el solo hecho de poder armar un precioso librero, de pronto creyera que de súbito puede convertirse en un notable diseñador. O como si un compositor creyera de pronto que, por componer unas cuantas buenas canciones, puede ser un buen cantante. Y no, no es tan sencillo el asunto.

SIN MONITOS NO LEO
El problema con los filtradores, sin embargo, ha cambiado en los tiempos modernos por este asunto de la comunicación tecnologizada, donde ahora ya todo el mundo, aun sin ser periodista, cree serlo porque tiene los dispositivos a la mano para revestirse como tal: en la red global, por lo que hemos visto hasta el momento, no se tiene el menor respeto a la prensa, mucho menos a los periodistas. Por eso ahora los filtradores pueden ser considerados, y ellos considerarse, periodistas. Y nadie va a poner el grito en el cielo por eso, dado que los internautas se han encargado de difundir —con relativo éxito, hay que reconocerlo— la idea de la desaparición de la prensa de papel: ahora lo asombroso es la comunicación digital, que ha ganado terreno —también hay que admitirlo— gracias sobre todo a las nuevas generaciones cada vez más desilustradas por estar atentas a este gracioso planeta de las visualizaciones que absorbe, y hechiza, sus miradas, distrayendo sus pensamientos.
            —Si la lectura no tiene monitos, no leo —me dijo Luis Miguel hace no recuerdo ya cuántos años, y no lo dijo por decir, sino era (es) la suya prácticamente la primera generación vencida por el poder televisivo: los primeros niños del rock fueron elaborados por la gran industria fonográfica después de que sus ejecutivos se percataran de que esta música, en un principio inventariada por los propios roqueros, podían dominarla ellos mismos si comenzaban su catálogo desde el principio, lo que sucedió a partir de mediados de los ochenta del siglo pasado, seleccionando tanto los repertorios como los intérpretes con la invaluable ayuda de la televisión, ese maravilloso invento de mediados de la pasada centuria.
            Bastaron acaso dos apresuradas décadas para que el mundo se volviera prontamente mediático, que es casi como decir nuevamente desilustrado, tal como se vivía en los periodos oscuros del Medioevo pero ahora en un muy particular mapa de la ignorancia producida por las invenciones tecnológicas: ¿alguien iba a suponer que la tecnología podría causar un cierto tipo de inopia alfabetizadora, si cabe el término?, ¿o, pues, de un analfabetismo avanzado; es decir, con cierta dosis de disfuncionalidad mediática? Porque en definitiva no todos los descubrimientos y adelantos industriales significan un avance en el intelecto humano. Por desgracia, el progreso de la tecnología no corre parejo con la evolución ética. Que una persona conozca todos los pormenores de un sistema tan sofisticado de una telefonía multiusos no quiere decir que, por ello, entienda que Lady Gaga es sólo una insustancial mercancía mercadológica.
            No. Porque incluso puede ser un enceguecido fan de esta adinerada y astuta mujer. Que sea un perfeccionista de toda novedad tecnológica no lo sustrae de los anzuelos mediáticos, ya que su vida gira en torno a las delicias visuales: su inteligencia ha sido educada para estar acorde con el mercado contemporáneo, no para contrariarlo.
            Las tesis de educadores como Paulo Freire (la integración, no la adaptación, como práctica de la libertad), o de filósofos como Jean Paul Sartre, o de sociólogos como Kolakowski… no tienen la menor importancia.

COMUNICADOS NO SORPRESIVOS
Por eso ahora un filtrador puede tener la investidura de periodista, pues las semejanzas o sus diferencias las ha trastornado la red social. Y el caso más visible es el de Julian Assange, quien en su Wikileaks filtró 251 mil siete documentos recientes del Departamento de Estado norteamericano donde se aprecian los correos electrónicos digamos despreciativos y altaneros de dos centenares de embajadas y consulados del país que administra Barack Obama, que, sin que aportaran ninguna novedad diplomática, ha exhibido la clásica arrogancia estadunidense, latente desde la derrota del despreciable Adolfo Hitler en 1945.
            Pero lo que no se ha dicho, o no se ha querido subrayar, en este triunfo de las filtraciones en las redes sociales, y que llevó a Assange a pasar una corta temporada en la cárcel londinense (por presiones, se dice, del imperio norteamericano mediante la complicidad sueca que no supo, porque no pudo, callar lo que para la ciudadanía global no era un secreto, aunque también, se dice, por situaciones de violencia sexual, si bien conforme pasan los días el interés se va perdiendo, ya que las filtraciones en realidad no sorprendieron como debían haber sorprendido, lo que demuestra a su vez cómo el mundo se ha ido mimetizando de acuerdo con las formalidades mediáticas), es que el creador de Wikileaks se vio forzado a recurrir al respaldo de [¡oh, oh!] la prensa de papel, ¡justamente esa prensa a la que la Internet quiere matar con prontitud para por fin desaparecer a los periodistas y colocarse ella en el centro de las atenciones económicas!
            En noviembre de 2010 Assange visitó las oficinas de los diarios The New York Times, de Estados Unidos; Le Monde, de Francia; The Guardian, de Inglaterra; Der Spiegel, de Alemania; y El País, de España, para acordar una coalición informativa, que en esta ocasión procedía de un sitio no anónimo, que incluso hizo saltar de sus casillas a otras redes electrónicas para amenazar con mayores filtraciones en nombre de la libertad expresiva si la justicia europea no liberaba al fundador de Wikileaks, a quien le bastó un depósito millonario para salir de la prisión y entrar de inmediato en tratos con editoriales (Mondadori en su edición en castellano) para, mediante un modesto pago de un millón de dólares inicial, ajustar las filtraciones en un libro que seguramente será un best seller en cuanto sea depositado en las librerías.
            Y todos han coincidido en que estas filtraciones, que no debieran denominarse de esta forma ya que su procedencia tiene nombre e identidad (al grado de que su filtrador real, al parecer el pobre soldado de 22 años Bradley E. Munning, está encarcelado en Virginia y condenado a una pena de 52 años, aislado y sin poder recibir una sola visita, cosa que a nadie le importa, ni nadie velará por su destino, ni nadie rezará por él, ni nadie lo llamará, como sí llaman a Assange, héroe o víctima de la libertad de expresión, enfrentado Munning a su cruel futuro, solitario buscador de sus propios demonios informáticos), son benéficas para la sociedad mundial, tal como ocurrió en 1971 con los denominados “Papeles del Pentágono” que desnudaban las mentiras sobre Vietnam en una perfecta filtración de Daniel Ellsberg —analista que desde 1967 preparaba un estudio exhaustivo sobre aquella trágica guerra pero que tomó inesperadamente conciencia de lo que tenía en sus manos— a 17 periódicos estadunidenses, que lograron develar los oscuros secretos de Robert McNamara, secretario de Defensa en la presidencia de Lyndon B. Johnson, que no pudo silenciar a la ahora vituperada prensa de papel, ¡esa misma a la que también ahora ha recurrido Assange para no quedarse solo (en estos tiempos, ja, de la inutilidad, como dicen los efusivos navegadores en la red, del papel de la prensa de papel, y ésta no es una redundancia)!

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