miércoles, 2 de marzo de 2011

LECTURA VEINTIUNO-TEXTOS INFORMATIVOS

SER O NO SER PERIODISTA
Víctor Roura[1]
Y si bien sin filtraciones ni filtradores sería muy difícil llegar a una desnuda verdad (saber de todas las minuciosidades de las guerras de Afganistán e Irak, digamos, aunque ya se conocían las bastardías cometidas por los soldados norteamericanos), ello no implica que quienes deciden deslizar los acontecimientos verídicos, por el mero hecho de hacerlo, sean investidos de periodistas: un testigo de una cobardía o de un acto de corrupción puede denunciarlo, si en su conciencia está el hacerlo, sin que eso lo convierta instantáneamente en un periodista. Si pensamos que hay varios ciudadanos a quienes se les llama periodistas por la acumulación de chismes que poseen (y cómo pululan, zafios y autoritarios y moralistas y reaccionarios y sabelotodos), es lógico —sí— reflexionar entonces que quienes saben verdades y rumores sobre algo (cualquier cosa), también debieran tener el derecho de ser considerados periodistas; pero no por ser una costumbre o una imposición llega a ser cierta la tesis (no todos los “chismosos”, aunque sepan chismes, son periodistas por eso), de modo que el periodista lo es a pesar de su propio gremio y quien no lo es no lo va a ser pese a ser considerado como tal por la creencia generalizada.
            Así que los miles de filtradores con nombre propio que se hallan sitiados en diferentes puntos de la Internet, pese a su obsesivo derroche de fibra esparcidora de conocimiento, no por ello son necesariamente periodistas. E incluso a los propios periodistas puede pasarles que, confiados en Twitters y Facebooks (es decir, aligerados en su trabajo por tanta cómoda filtración), se duerman en sus laureles haciendo —o creyendo hacer— noticias basados sólo en los rumores, como sucedió el pasado 27 de noviembre en el triste caso de El Universal dando por un hecho la liberación de Diego Fernández de Cevallos por haber recurrido a la red social antes que a sus propias indagaciones… ¡siendo el único periódico que dio aquella insostenible noticia, viéndose en la obligación de tener que explicar la razón, o la sinrazón, de su inexplicable comportamiento periodístico el domingo 28 en su primera plana por el aberrante yerro!
            La liberación oficial del panista no se dio sino hasta el lunes 20 de diciembre, si bien se dice —porque aquí no ha habido filtradores creíbles, sino pura llana suposición— que había estado ya en su casa unos cuantos días antes, que sirvieron para recuperarse y salir a dar la cara a los ávidos fotógrafos de la prensa nacional. Y lo que tampoco se ha mencionado es que dichos equívocos en aquel diario le costaron la discreta expulsión (¿pero puede haber, por Dios, “discretas” expulsiones?) al periodista José Cárdenas, aprovechando que El Universal remodelaba sus filas directivas durante el pasado diciembre, ¡por haber dado “primicias” absolutamente falsificadas sobre el secuestro de Fernández de Cevallos tomadas de la Internet! El asunto ha sido por supuesto ignorado en el medio informativo, mezquino que es el gremio contra sí mismo.
            ¿Y dónde, pues, el reinado de la prensa en la web?
            Claro, Obama declaró el pasado 11 de diciembre que las filtraciones de Wikileaks son “actos deplorables”, tal como, y salvando las evidentes distancias, Mario Marín había declarado que sus jactanciosas charlas descubiertas con sus amigos pederastas también lo eran (actos deplorables de espionaje en contra suya), vertiendo palabras similares a las de Obama, en un intento por esquivar la vergüenza asediada.
            En The New York Times, hace ya varios años, se dio el caso del destierro de periodistas por haber falseado información, noticia que trascendió incluso en las mismas páginas de ese diario, asunto que no se hace en México, como tampoco los políticos renuncian si son sorprendidos con las manos en la masa… aunque las redes sociales se movilicen en el empeño. Tan acostumbrados estamos los mexicanos al cinismo que un nuevo cinismo lo pasamos por alto. Sabemos que en las políticas luego no ocurre lo que uno esperaría que ocurriera, o que por elemental lógica debería ocurrir (¿quién no sabía, por Dios, que Calderón había pedido ayuda a Estados Unidos para sembrar el orden en Ciudad Juárez?).
            Como tampoco en el periodismo hay luego sensateces. Si no, a ver. ¿es o no periodista un filtrador? Ellsberg, en su momento por descubrir las mentiras en Vietnam, jamás fue considerado periodista. ¿Julian Assange por qué sí lo es? ¿O, por lo menos, por qué con su imagen sí se transpira la figura de la libertad de expresión? Mario Vargas Llosa dice que Wikileaks no trató de “combatir una mentira sino de satisfacer una curiosidad morbosa de la civilización del espectáculo”, ni Assange es “un luchador libertario” sino un “exitoso animador”, razón por la cual —debido a este apabullante esnobismo por el orbe de la web— nadie resaltó la jerarquía de la prensa de papel en estas filtraciones electrónicas, que de no haber intervenido —la prensa de papel— sencillamente no habrían revelado su poder —el que poseían las filtraciones.


[1] (El Financiero, 26 de enero de 2011)

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